Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

jueves, 29 de julio de 2021

Digna Gómez nació en Tetuán.

 

Fue durante el trasbordo que  Digna Gómez había decidido volver. De modo que se quedó en el andén. Llevaba dos maletas y una mochila.

A veces sucede que el arrepentimiento sobreviene así, sin más, por lo que se dirigió a la ventanilla y compró un boleto de vuelta. 

Digna Gómez nació en Tetuán un veinte de agosto de mil novecientos diez, y diez hijos tuvo. Pero a esas alturas de su vida ya habían cogido camino. En la casa sólo vivía ella. El esposo huyó un día era un cobarde, además de mujeriego.

Al cabo de los años Digna Gómez agradeció eso, que los abandonara.

Por la ventanilla del tren voló un recorte de la prensa donde se hallaba la esquela de Cecilio Paz, su esposo: cejas prominentes, un rostro basto, nada agradable.

Sonrió por ello. Pidió un whisky. Luego fueron seis más.

Cuando Digna Gómez decidió volver tenía cincuenta años. Todavía conservaba la belleza que los dioses le habían otorgado: un rostro fino, labios dulces. Estatura media. Preciosas piernas. Y ganas, muchas ganas.

A las tres horas de viaje conoció a Guzmán, un pasajero que se dirigía al mismo lugar. Charlaron durante un rato; pero el deseo de ambos pudo más que las palabras. 

Fue el polvo más intenso y maravilloso de su vida.

Abrió la puerta y lo primero que hizo fue desnudarse para una ducha. Se había quedado con ganas. Se vistió y salió a buscarlo. 

Guzmán la esperaba. Se juntaron las ganas de los dos.

Y así sucesivamente. Aunque Digna Gómez también salía con el alcalde. Tenía una habitación preciosa y elegante con un gran espejo en el techo.





 





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