Te recuerdo sentada en la infancia,
bebiendo agua de la tajea.
Te recuerdo sentada en la infancia,
perpleja, descubriendo el mundo.
Ese olor que no se desprende de
mi memoria: tierra mojada; mullacas,
jazmines. Y aquella higuera repleta
de frutos y debajo una planta de hojas
lanceoladas. Cuando la lluvia caía se
quedaban a vivir en ellas, miles de gotas
redondas, y tomaban el mismo color.
Te recuerdo sentada en la infancia,
al borde de la piedras que lindan,
donde los tizones, y los pies de niña
descalzos.
Pero aún me duele la piel quemada,
y me duele la ausencia de respuestas.
Cada lágrima por un castigo se bebía,
como un trago de resignación.
Te recuerdo ahí por prados verdes,
cañas de azúcar.
Los niños no saben de hoy, ni de mañana.
Román fue mi primo robado por la vida,
Las meriendas, los paseos. ( y apenas en la adolescencia: un viaje en moto).
Te recuerdo ahí sentada en la infancia,
cuando me miro al espejo.
Hoy sigo llevando a mi niña,
por siempre.
Una jauría de sueños,
hicieron que lo que siento en estos
momentos se olvide: prohibido.
Es irresistible el aroma que desprende,
y llega, y vuelvo a desear- te.
Pero no, no es posible lo que nunca
pudo ser...
Evocador y precioso texto, Gladys, en la infancia tantas cosas no pudieron ser... Besos.
ResponderEliminarMuchas gracias, de veras.
EliminarBesos.
Hoy solo me sale un abrazo.
ResponderEliminarAbrazo de corazón.
Gracias por tu abrazo, Toro.
EliminarBesos.