Probablemente el que aquellos nubarrones a primera hora de la mañana sugerían que tal vez habría la posibilidad de que lloviese, que aquel edificio alto todavía permaneciera oscuro, porque seguramente todos sus habitantes estarían dormidos; que por fin la refinería y no lanzará llamas; ni contaminaría la ciudad, es por lo que, en principio mientras bajaba a Santa Cruz, pensó. Una manera de dilucidar.
Cuando llegó lo primero que hizo fue mirar la amapola que se hallaba en una taza con dibujos esféricos, de colores. Las amapolas le recordaban la infancia. Eso es una felicidad muy grande, se dijo: la infancia, que, sin lugar a dudas los niños tan inocentes y libres no se detienen a pensar qué pasará mañana.
Siquiera si algún día cuando el tiempo pase y el reloj avisa que ya no somos los mismos. Cuando en verdad nos planteamos lo que es vivir, mirarnos al espejo, observar cómo nuestro cuerpo cambia, década, tras década, hasta llegar al final de los días; de ninguna manera una criatura se plantea eso.
Hay un lapicero decorado con figuras de diferentes clases de pájaros, una taza para el café, el bolso sobre la mesa. La mascarilla al lado, por si alguien se acerca.
El teléfono suena. Cinco minutos después baja a tomar café, un delicioso café en buena compañía.
¿Y dime qué te pasó anoche? .
-Pues nada que tuve un sueño que me gustó-
¿Y qué soñaste?.
Ay qué soñé me preguntas: cuando iba a besarme sonó el el móvil con música de pajarillos.
En fin, si hubiese sido verdad...
No hay comentarios:
Publicar un comentario