Se preguntó porqué desde primera hora de la mañana ya había bullicio en la ciudad, en las calles y callejones, en las casas; en los mercados. Allá una ambulancia atravesando el puente a toda velocidad, las madres y los padres con los niños de la mano cruzando la vía para ir al colegio.
Los vendedores en el mercado con su mercancía preparada, alzando la mano para atraer. La lonja repleta de los brillantes lomos de los peces.
Hermenegilda se colocaba el mandil, y un gorro blanco, estaría contenta porque el puesto del que era dueña tenía mucha variedad de alimentos: quesos, verduras, frutas, dátiles, membrillos. Varias clases de embutidos. También ofrecía comida peruana: ceviche, causa rellena; lomo saltado, anticuchos, ají de gallina entre otros.
En la lonja regateaban por el pescado, un atronadora puja por llevarse la mejor mercancía. Fuera, las gaviotas revolotean porque es hora del desayuno. El sol se despliega alumbrado grandiosamente todo. Como si brotase una gran fuente cristalina de perlas irisadas.
Pero se siguió preguntando lo mismo. ¿Por Qué tanto estruendo?.
Sus hojas caían delicadamente, hojas ocres, amplias. Era la hora de volver a la tierra. Pero era un magnífico árbol, de esos que ya no se encuentran, (maldita tala), pensó. Mientras tanto se recreó en ellas, las hojas que reposaban en un manto cálido, cómodo, perpetuo...
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