Y formuló la pregunta a aquel nosequé quien Matilde halagaba tantísimo. Una pregunta directa y bien pensada, tanto que tuvo que pensarlo un rato.
Probablemente llueva o eso al menos han dicho, le dijo; porque acto seguido vendría la pregunta.
¿Es cierto que usted es amigo de Halim?.
El bigote de aquel nosequé se levantó en armas, como si de una guerra se tratase.
Señora mía ha acertado usted, si soy amigo de Halim, y muy buen amigo, señora mía, alzando el dedo en jirones. Llevaba una chaqueta verde oliva, unos pantalones de franela ocre, y unos zapatos muy elegantes, y caros.
Del Cairo a Londres. Halim vivía en Londres desde hacía mucho tiempo, no había perdido las costumbres de su tierra, pero se había integrado muy bien en el mundo occidental.
Tanto que hablaba en inglés perfectamente, y adoraba a los Beatles, y comer pizza, y café caliente todas las mañanas.
Incluso había sido funcionario público, pero cuando se jubiló se dedicó a lo que más le gustaba: pintar cuadros, captar paisajes, ríos, incluso una vez pudo plasmar en un lienzo la cantidad de lágrimas que una mujer derramó por quíen sabe qué, fueron tantas que Halim hizo que se llenara el lienzo de ellas, como una gran mariposa batiendo sus alas.
Matilde ofreció bebidas, y algo de comida. El ambiente era muy agradable. No llovió.
Y se quedó insatisfecha, porque quería saber más de Halim.
Más cuando pudo ver que llevaba una una Glock, que limpiaba con un paño delicado.
Matilde la miró y le hizo unas señas (que guardara silencio).
Y no llovió, nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario