Él, ríe, ríe, ríe... desde poca distancia la joven lo mira y ve cómo se hincha su pecho igual que cuando ella sopla unos globos en casa de los primos para la fiesta de cumpleaños.
Hay vino rojo en la mesa, y almendras, y queso duro. No hay violines pero si un laúd y una guitarra, y la música se cuela por los oídos y sale en estampida al huerto. Hay humo de cigarrillos finos que suben al techo, ahora es una nube perpetua en el salón cubierto de adornos, que brillan igual que los diamantes.Oigo un río fluir en la cocina, los platos se bañan cubiertos de espuma y caen uno encima del otro y una torre se eleva, parece una torta de merengue. Hace rato que la oscuridad cubrió el techo del porche, de la azotea; todos se reúnen en el salón que brilla, todos cantan o ríen, pero él, desmesuradamente, sopla y sopla un espanto de carcajadas y sus pulmones quedan libres, y su rostro es otra vez un niño.
Isabel, Inés dicen: nuestro amado hijo llora alegría, y toman asiento en tres sillas de nogal y sus manos aplauden y parecen las alas de las mariposas cuando baten y baten buscando el aire puro después de haber sido orugas. Hay un pavo grande y los mejores cubiertos recién lavados, hay una mesa bordada, parece un lienzo de espliego; doce campanadas suenan fuera , es el eco que viene ondeando desde la iglesia. La joven sonríe porque su risa es como la de él, desbordada como un chaparrón que cae sin esperarse; no está sujeta a ningún aro de madera para separar los granos de distintos tamaños. Un coro aquí, otro allá. El sol se queda en la casa.
"Texto publicado en el año 2013. Lo dejo otra vez aquí porque quiero recordarlo como fue, como era, como es ahora, cuando dentro de un tiempo volvamos a encontrarnos".
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