Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 9 de junio de 2021

Una cesta de mimbre repleta de membrillos

 

Tal vez iría a coger membrillos con pasos acompasados. La esbeltez de su cuerpo, la pamela, las sandalias, todo eso era un complemento perfecto. La cesta de mimbre repleta de frutas, y los rayos del Sol que ya habían abrazado todo crearon un ambiente cálido.

Como quiera que a esas horas de la mañana el cielo esplendoroso de un azul intenso, sin nubes, proclamara un día más la libertad de poder ir más allá que no fuesen  los mismos lugares, (Vivir en una jaula probablemente),  haría que dejara la cesta en el suelo, y se quedara mayestática contemplando el piélago. Se habría quitado la capa para despojarse de, quizás un ancla, la ligereza se había sentido en sus hombros...

Como cuando la juventud rociaba su rostro como una lluvia fresca, y Román siempre a su lado, eso nunca lo olvidaría.

Le dijo que si. El paseo en moto había sido un descubrimiento.

De modo que fueron muchos más paseos: al bosque, al mar. Largas conversaciones hasta casi anochecer. 

No te cases nunca, le dijo Román.


Sonrió, sonrió por esas palabras, ese consejo de adolescente.


Pero qué fue del señor Armando, y de la señora Eloísa, se preguntó cuando regresaba con el cesto repleto de membrillos. Fue uno de esos momentos en qué extrañó la vida de ellos, cuando justamente ponía un pie en el primer peldaño, luego irían tres más hasta llegar al porche. 

A las personas se les extraña, y mucho, sobre todo cuando son excelentes vecinos, cuando comparten algo más que una charla. Meriendas, cenas, paseos por la gran avenida de impresionantes palmeras, que por Navidad parecen luciérnagas. 

Las visitas en la casa de cada cual. Incluso viajar juntos. 

Claro que los echaba de menos. Ahí estaba, sentada en uno de los bancos, con el abanico en las manos. Sobre la mesita una jarra con zumo de limón.

Incluso echaba de menos aquellas fiestas de disfraces: las risas, las copas.

Estuvo una hora, sentada, pensando, incluso durmió un rato, un sueño de esos que no son profundos porque podía escuchar a los pinzones azules, a los gatos, y algún chiquillo que lloraba porque no le daban sus golosinas preferidas. Ese modo de dormir es dejarse abandonar en brazos de alguien.


¿Quieres ir más lejos?, dijo Román.


Claro, hasta el cielo! hasta donde tú quieras primo!. 




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