Pero en consecuencia debió pensar que los floreros repartidos por el salón, deberían tener el mismo tamaño, aunque no las flores.
Llevarían rosas, jazmines, lirios, claveles, y lluvia, una fuente de color lila adornaría cada jarrón.
La otomana abarca todo el recorrido de la encimera, que está repleta de adornos: figuras chinas, un ramo de violetas. En la esquina un retrato sepia. Cada jueves habría una reunión. Eran amigas desde mucho tiempo atrás. Aunque en muchas ocasiones sólo era por no dejar la costumbre, por reír un rato, y también llorar.
Eran mujeres que se habían criado con el encorsetamiento de una sociedad que fustigaba, en vez de que cada cual tomara su camino, sus prioridades, preferencias, oficios etc...
A Beba le gustaba estar descalza ,y si alguien lamía los dedos de los pies, era como ver a Dios, o algo así.
Por eso la gata estaba entrenada para ello, y a cambio una lata de ricas sardinas, o la dejaba cazar ratones en la noche en el amplio jardín.
Anabel lo hizo, además le gustó. Cada dedo fue succionado con una esmerada suavidad. Beba se evadió, le palpitaba el corazón muy fuerte, el modo en que actuaba Anabel era indescriptible. Se miraron a los ojos, mientras sucedía semejante maravilla.
Dejó que siguiera y alcanzó el ombligo, allí se entretuvo un rato, besando, y lamiendo, besando y lamiendo.
Beba llevaba una camisola de color violeta, de seda. Bastó un gesto para que Anabel se la quitara, suavemente sin quitar la vista de ella.
Alcanzó un pecho, ahora se había puesto de pie, y se reclinó para besarlo. Beba no se movió. Ahora serían los dos pechos y el juego ya no era juego.
Mientras las demás mujeres observaban, ellas se besaban con movimientos suaves, zigzagueando.
Pero sucedió: ambas mujeres desnudas en la gran alfombra persa, una encima de la otra hicieron el amor. La taza de té de una de ellas se cayó al suelo, la gata sonreía.
Una danza amorosa, perfecta. Los cuerpos excitados. Comenzó el jadeo.
Sucumbieron a un orgasmo tan grande como un piélago de estrellas.
Sus gemidos ahora eran gritos de placer, una a la otra, y así sucesivamente. Durante dos horas permanecieron en la alfombra repitiendo una y otra vez, salivando, amándose.
Cuando terminaron se volvieron a besar, y se abrazaron: piel con piel, hermosamente, si.
Qué hermosa sensualidad, Gladys, me ha encantado!!!! Un beso!!!!
ResponderEliminarMe alegro muchísimo!
EliminarBesos.