No es que, como ya había quedado escrito, que Marlene nunca se le habría ocurrido dejarse ir, abandonar este mundo que le encantaba. Cada día dejaba en su diario lo que le gustaba, o no.
La experiencia de los días sucesivos, y los que habían pasado dejaba claro el amor que sentía por la vida, su vida, y la de sus amigos, y familia. Como quiera que aún en las adversidades, postulados, la ambigüedad de la realidad, normalmente daba la razón, con el cigarrillo en la boca, abanando las moscas que a veces parecían un ejercito de aviones sobrevolando sobre todo a punto de dejar caer las bombas; por lo que casi siempre asentía.
Tuvo muchos amigos: amantes, entre ellos hombres y mujeres.
Era voluptuosa en el amplio sentido de la palabra. Atrevida, intuitiva, generosa. Pero más de una vez había mostrado su otro lado: en agosto de mil novecientos diecinueve, y en defensa propia, mató a un hombre, pero no se arrepintió, no no sería así. El muy cabrón, como ya había dejado escrito en su diario, estaba a punto de asesinar a un matrimonio de avanzada edad para robarle el dinero. Se cuestionó en su momento se había bien, o no pero no pensó más y lo hizo.
Años más tarde hasta sonreía socarronamente al volver a leer la noticia en la prensa que guardaba en una de las gavetas de buró.
Viajó por casi todo el mundo: Australia, Japón, Italia, Canarias, Argentina, etc...
Tenía en su casa un cuadro que el pintor amigo suyo, Paolo Mancini le había regalado y que lo había titulado: Los pájaros dormidos. Pasaron un verano en Italia: inolvidable.
Un idilio en el que ambos degustaron como cuando un buen vino riega los labios y toda la piel. Se despidieron con un beso amoroso, un beso largo y cálido.
¿Le sirvo la cena?, dijo Anatolia.
Si, por favor, si, y vino, gracias, replicó.
Pero ese día en su diario sólo había dejado escrito: Los pájaros dormidos.
Con setenta años decidió desaparecer, lo hizo: se dejó ir desde su propio abismo, al fondo del barranco.
¿Quiere desayunar señora?, dijo Anatolia.
Pero nadie había, sólo Anatolia la seguía viendo.
¡Claro que si!, jajajaja... y se vistió de vida, de días amados, de pájaros dormidos....
No hay comentarios:
Publicar un comentario