miércoles, 8 de septiembre de 2021

El mar dentro, mar dormido.

 

Curiosamente la mujer que siempre recorría todas, y cada una de las tiendas y de las callejuelas donde hubiese cualquier mercadillo o algún zoco que rara vez se encontraba por aquellas latitudes pues nada tenia que ver con el mundo oriental, curiosamente esa mujer siempre hallaba algo que debía tener; algo que admirar en aquellos expositores que acaparaban toda la pared del gran salón. Ya buscaría una esquina o cualquier otro hueco sin cubrir. Entrar a su casa y ver el gran salón vestido y adornado igual que el Bósforo era el gran cuerno de oro, era eso su salón, le encantaban toda clase de artilugios, de cajitas de colores de todos los tamaños, y los apilaba de tal modo, que parecía una gran escalera que daba al cielo.

Los cofres relucían igual que el sol cuando despunta al amanecer, todo un espectáculo ocre y pinceladas amarillas y algún halo color blanquecino. Los bolsos adornaban la pared, de modo que eran verdaderos lienzos de todos tamaños: algunos llevaban como adorno unas piedras preciosas igual que brillantes de fina lluvia cuando cae espontáneamente sobre la hierba fresca. 

 Encima de una otomana colgaban varias repisas forradas de un terciopelo ocre y permanecían ahí estáticas cientos de botellitas labradas de buen perfume, entonces daba la sensación de recorrer los mantos de flores de todas clases que llenaban el páramo, aquel inconmensurable espacio de tierra otorgada por la diosa Gea.


Un iceberg surgió en medio de la salita, igual que en los cuentos al pasar la siguiente página; un enorme rascacielos de hielo, una roca gélida en medio de todo, era magnánima, tal esplendor, tal brillo, igual que una diadema de brillantes, cuando reluce en la cabeza de una dama, con destellos que salen disparados como los guijarros que los niños usan para sus particulares batallas callejeras.

Lo quiso ahí expuesto para ella. Ese rascacielos contendría todas las gotas de agua que ella quisiera; ora sería una gran fuente arrojando miles y miles de litros de un gran cántaro, y ese gran río abonaría una extensa llanura de tierra seca; llegaría a ella salpicándolo todo, todas las grietas abrirían sus bocas sedientas y moribundas. Todo aquel espectro abominable tan seco como las raíces de un bosque fenecido siglos atrás, abrió sus fauces ansioso de aquel manantial de perlas irisadas, hasta el redimido Grinch agradeció la fluidez de ese río cuando anegó su cueva, ora una catedral con cristales labrados, con una gran cúpula cuya belleza reluciría; un enorme lienzo cubriéndola; exhibiéndola para que miles y miles de ojos se engrandecieran admirando hermosos frescos oleosos y perfumados por la nube de incienso que se elevaría después de bambolearse cruzando la majestuosidad del santuario.

Podría ser el mar dentro. El mar dormido, aletargado; podrían sus criaturas permanecer tantos siglos como se quisiera, ahí, en un bloque de hielo.

Poseidón permanecería envuelto, prisionero de la inmensa masa de hielo; de ese mar que un día fue suyo. Él se vería ahora indefenso, igual que una rata capturada para hacer con ella todo lo la ciencia ordena; para abrir su estómago y vaciar toda su envoltura de tripas.


Las Pléyades traspasarían ese velo plateado, ese espléndido vientre acuoso que celosamente guarda miríadas de tesoros en cada esquina, en cada recodo; un desenfreno vertiginoso, una bacanal sería ese gran iceberg, ahora derretido por los intensos rayos de esa estrella de fuego, una gran bacanal sacudiendo, ondeando; llevándolo todo a un clímax que estallaría en agitadas olas hacia la superficie.

Maya, Celeno, Alcione, Electra, Estérope,Táigete, Mérope ,ellas zarandearían la alfombra turquesa extendida ahí, en el ciclópeo y ambarino lecho. Aquí y allá sorteando los bruscos abismos; colándose por las ínfimas hendiduras, hiriendo mortalmente a las miles de ostras robándoles su rebujo, su intimidad, su más preciado bocado. Probablemente volverían a ascender estrepitosamente y otearían aquí y allá y pararían en las islas de los Bienaventurados: la Libia se vería toda cubierta de ocre, todo un plantel magníficamente expuesto.













































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