El escáner permanece silenciado desde hace varios días. El teléfono no suena, en realidad da la sensación de alivio. Pero cuando suena una milésima de segundo para cogerlo e inmediatamente conversar. En este caso sería de trabajo.
Es una lástima porque una conversación entre dos, o tres, o más personas, en fin, una charla, seria genial.
Pero las cartas también son conversaciones. Se habla de todo un poco. Hay cartas que se cruzan por el camino. Como dos aves circundando el cielo, batiendo sus alas, presurosas para llegar a puerto. En las cartas se habla bajito. Susurros. Hay expresiones de admiración, de interrogación, y también las personas se enfadan y cuando escriben se nota. Es algo áspero al leer, una sensación de saber realmente que cuando escribieron con mala disposición, todo eso se clava en el pecho, como flechas que saben donde clavarse.
Alguien ha dejado una rosa en mi mesa. He mirado por si había alguna nota. Nada. Sólo la rosa, el color púrpura de una flor recién cortada.
El olor es significativo, se cuela por mis fosas nasales atrapando mi mirada.
Ahora veo cómo surge una luz que parpadea. Es el escáner.
Podría ser una lamparilla de papel con una luz cálida.
Tal vez, luciérnagas en una noche oscura, cuando los fantasmas salen para que se les escuche. Algunos lloran, quieren hablar, pero no pueden, o eso creo.
Si, realmente las luciérnagas sería algo hermoso. Su brillante luz, aquí y allá, el silencio de una noche. El croar de las ranas en el estanque. Un lugar tranquilo, como el de ahora.
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