viernes, 27 de noviembre de 2020

Diario de una marioneta

 Fantasía de una marioneta


Dicen que como no tenemos alma no tenemos sentimientos. El viejo Horatio

nos dejaba cada noche en tres estanterías en donde reposan  nuestros

inertes cuerpos de trapo.

Me había enamorado de un violinista, que actuaba como colofón al espectáculo

que por unos días animaba las fiestas de la comarca.

Por suerte llevaba el vestido más bonito de todas las marionetas lleno de

encajes y  seda.

Mi cuerpo se movía al ritmo de los hilos que pendían, y atados a mis manos y

piernas, hacía que girara y volteara; me sentía como un cisne libre.

Un día el joven músico sintió curiosidad al ver en fila las figuras dormidas. Me

inquiete mucho, deseaba que me tomara en sus brazos, que besara mis ojitos

de cristal y besara mis labios  cosidos con hilo rojo.

Por unos momentos fui muy feliz  pues me había elegido. Sus suaves manos

tomaron mi cuerpo liberando los hilos.

Besó mi frente y me contó su vida. Quise decirle que me llevase con él

 pero mis labios pespunteados me lo impidieron. Cada noche me cogía delicadamente entre sus brazos y me contaba historias. Me sentía atraída por él. Algo en mí había cambiado, pero mi cuerpo era el de una marioneta. Estaba prisionera. 

Unos días después y acabada la feria Horatio siguió su camino con un montón

de títeres dormidos, entre ellos, yo. 

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