Fantasía de una marioneta
Dicen que como no tenemos alma no tenemos sentimientos. El viejo Horatio
nos dejaba cada noche en tres estanterías en donde reposan nuestros
inertes cuerpos de trapo.
Me había enamorado de un violinista, que actuaba como colofón al espectáculo
que por unos días animaba las fiestas de la comarca.
Por suerte llevaba el vestido más bonito de todas las marionetas lleno de
encajes y seda.
Mi cuerpo se movía al ritmo de los hilos que pendían, y atados a mis manos y
piernas, hacía que girara y volteara; me sentía como un cisne libre.
Un día el joven músico sintió curiosidad al ver en fila las figuras dormidas. Me
inquiete mucho, deseaba que me tomara en sus brazos, que besara mis ojitos
de cristal y besara mis labios cosidos con hilo rojo.
Por unos momentos fui muy feliz pues me había elegido. Sus suaves manos
tomaron mi cuerpo liberando los hilos.
Besó mi frente y me contó su vida. Quise decirle que me llevase con él
pero mis labios pespunteados me lo impidieron. Cada noche me cogía delicadamente entre sus brazos y me contaba historias. Me sentía atraída por él. Algo en mí había cambiado, pero mi cuerpo era el de una marioneta. Estaba prisionera.
Unos días después y acabada la feria Horatio siguió su camino con un montón
de títeres dormidos, entre ellos, yo.
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