A principios del mes pasado iba paseando con tranquilidad, pensando en esto, o aquello, pero la relativa calma sobrepasaba a la primera cuestión. Un camino de piedras, de esas, que, por su antigüedad se han fundido junto con todo lo demás. Completamente pulidas y lisas.
De tal modo, que, cuando la lluvia esparce las miles de gotas resbalan al pisar.
Por el mismo motivo de los tejados caían pequeñas fuentes. Una delicadeza extrema.
Como cuando se acarician los cuerpos y las palabras no hacen falta. Es curioso ver esas imágenes que, en cierto modo atrapan los ojos. Podrían ser besos; mariposas; risas de infantes al salir al patio. Podrían ser muchas cosas más.
La música de un piano. Notas, y más notas que vuelan libres al cielo dejando un halo de una gran belleza.
Las lágrimas también brotan. Huyen por esa canalilla, las de las tejas: alegría, tristeza, emociones no encontradas.
¿Llueve?, dijo alguien.
Si, llueven lágrimas, y risas, contesté.
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