viernes, 27 de noviembre de 2020

No te voy a contar un cuento

 Por último el lobo se había resignado. El frío gélido de las montañas de Ávalon, la poca comida, porque los ciervos habían huido por el ruido de los cañones, y los rebaños se hallaban en una cerca fortalecida resguardados de la tormenta que se avecinaba: el manto grisáceo caía sin escrúpulos en las lomadas de los riscos, y sobre los tejados de las casas de piedra.


De modo que se hizo un ovillo, los años le habían devuelto una imagen poco favorecedora: ya cojeaba de una de las patas traseras y la peladura del cuerpo del animal era algo escasa, el viejo lobo que por conocido tenía el nombre de Raiser, había dejado huellas durante años en un territorio hostil que helaban los huesos de las gentes en invierno, y que casi todo el año lo era. Se lamió la pata gimoteando: quién sabe los recuerdos que pueda tener un lobo: la manada le había dejado solo, sin embargo, como es ley todo sigue su curso. Un mostacho de hielo incrustado en el hocico que lamería igualmente con el propósito de beber agua, y el dolor de aquella pata rota y hueca por dentro. El desolador silbido del viento se acomodó en sus orejas como la banda de música de Ávalon en sus peores tiempos cuando andaban componiendo letras y ritmo en la parte de atrás de la estación de trenes, o como se lleva en los velatorios respiraciones pedregosas al unísono. Compadres y comadres que en sillas entablilladas y en fila se santiguan mirando al muerto. Deben tener recuerdos los lobos, Raiser entró en sueño, había utilizado el rabo espeso de pelambre para darse calor, una colcha confortable que le produjo soñar de chiquito con la manada: le llevaban entre colmillos afilados cogido por la espesura de la piel y pelos, cuidadosamente.

Corría por entre los sauces zigzagueando y aprendiendo a aullar cuando la redonda brillaba en lo alto de la cumbre. Siguió dormido toda la noche en ese estado de alerta que tienen los lobos. A las cuatro de la madrugada las tripas avisaron como un claxon, cambió de postura para despistarlas pero se amontonaron en el estómago rabiosas y le produjo dolor. Ávalon se estaba tiñendo de un rayo de sol convaleciente, el hielo de los caminos se hizo agua al amanecer. Los cencerros se hacían eco en las montañas anclados a los rebaños. En esos instantes había parido una hembra de venado, Raiser levantó las orejas al olor de la sangre caliente, la naturaleza es sabia. De los dos gabatos, uno fue a parar a las garras del viejo lobo, aún con la baba sanguinolenta se acomodó dentro del estómago del animal que por fortuna podría pagar sustancialmente el reclamo que las endiabladas tripas le habían estado chistando durante la noche.

Unos días más tarde tuvo que morirse, le llegó su hora.


















Telarañas en el corazón


Tienes una guitarra entre las manos esperando que esculpas los acordes. Que la mimes.

Que sorprendas a un mundo lo que puede encerrar la música hecha poema que sale de tu guitarra. Escribe la letra más bella o más horrible, eso nada importa. Nadie estará aplaudiendo solo son manos guiadas, porque el cinismo y la hipocresía que nos caracteriza vale más que un beso--- entre tus piernas con ese vaquero tuyo...

Entonces no esperes más y lanzate al puto vacío.

Quizás querrás adorar a los corderos que apestan o a los lobos que huelen bien. El caso es que todo es lo mismo. En mi caso prefiero adorar-te lucifer. Lucifer: que estás en los cielos y has salido al infierno sin tus bellas alas blancas, quemadas y arrojadas al caldero para una sopa, porque un día te revelaste, porque un día te lanzaste al vacío y creaste la canción más hermosa del puto mundo mientras dormías con tus bellas alas que amaron Te traicionaron Luci.

Siempre me tendrás a tu lado para besar-te las alas que poco a poco recobraran el blanco puro.

Recorreremos Arizona. Yo en medio de tu espalda refrescando tu piel con saliva de mi boca.














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