El barquero se aproximaba a la orilla. Había terminado la jornada. Dejó los remos cubriéndolos con la lona.
Cada día recorría el sendero que le llevaba a su casa, lo hacía con las botas puestas, porque le gustaba llevarlas, percibir en ellas el olor a mar.
Alguien dijo que un día necesitó al barquero para cruzar la pequeña manga de mar hasta el pueblo, y había quedado sorprendido. Miles de relucientes bolas doradas rodeaban la barcaza, destellos aquí y allá. Flotaban en el agua.
Eran como esas mariposas que de repente surgen sigilosas, despliegan las alas, y no paran de dar vueltas, y más vueltas sin parar siquiera un momento (probablemente sabían que sólo podrían vivir unas horas). Las personas también viven horas.
Horas que parecen una vida entera. Una larga vida; sin embargo no es así, es como un batir de alas, eso es.
Lo que llamamos tiempo es algo intangible. Una atmósfera en la que cualquier ser vivo pulula sin saber que en cualquier momento tiene que desaparecer.
-¿Qué lees?
- Pues un cuento, o una historia, dijo alguien.
¿Y tú quién eres?, preguntó.
El barquero, soy el barquero...
El tiempo pasa rápido, sobre todo si uno es feliz, y sino va muy despacio,
ResponderEliminarUn abrazo para ti.
Otro de vuelta guapa.
ResponderEliminarSomos instantes en la eternidad.
ResponderEliminarNada más.
Cierto, cierto.
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