viernes, 4 de diciembre de 2020

Los cafés tristes

 


Cuando amanezca y salga el sol saldremos de compras, dijo Amber. Generalmente y a primera hora no habrá tanto bullicio, volvió a decir. - Llevaremos la mochila, la de los colores del arco iris, dijo la niña-.

Al alba, al alba. -Con una sonrisa espléndida mientras se recostaba para leer un cuento-.

Cuando la oscura despliega su manto las luces de las casas se apagan, una, por, una. Las farolas alumbran fuera. 

Amber abre la gaveta del escritorio. Hay numerosas cartas.

Un aluvión de agua cae instantáneamente, el ruido de las gotas en el tejado es un chup, chup, chup. A través de la ventana puede ver la chorrera de un río surcando hasta el quicio.


Querida Amber,

Espero que cuando recibas esta carta estés bien, y que tus proyectos se hayan realizado. Me acuerdo mucho de ti, y de aquellas conversaciones que teníamos en los cafés, los tristes cafés de la calle Solano. Una calle amplia. El aroma se colaba por nuestras narices, era maravilloso. Todo lo era. 

Yo sigo aquí en Mendoza. ¿Recuerdas cuando queríamos viajar a Argentina?. Ay cómo te echo de menos...


Una lágrima se escapó, dejó la carta a un lado de la cama.

Las cartas son el abrigo de muchas personas. Son meteoritos que brillan. Sin embargo, también llevan letras desconsoladoras.

Aquella farola alumbra la pared en un círculo pequeño, es como si la besara. Hay un mirlo, se columpia en una rama. El pico gotea lluvia. El silencio de la madrugada es una señora con una profunda devoción. 

-Amber ya amaneció, quiero salir, al alba, alba.



                                ....................



Sin tener que volver

por saber si aún estás..

Me quedo aquí en la época

que me tocó,

pasar por este mundo.








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