Curiosamente los pájaros se habían ido, probablemente porque tendrían que hacerlo, (emigrar) dijo Matilde.
Emigrar no es exclusivo de las aves, replicó Ángela.
Los pies de las muchachas colgaban del muro de piedra (piedras apiñadas de tal forma que se hacía una larga pared a lo largo de la finca), pedían un deseo y al unísono soplaron el espumillón de las flores de diente de león. Cerraron los ojos y luego rieron.
Cada cual sabrían lo que de mayor hubieran querido ser.
-Matilde dijo que sería astronauta.
-Ángela dijo que sería una doctora muy famosa. (en el hospital Remix del lado oeste de la costa).
Alumbraban esperanzas, deseos, un futuro maravilloso que se fraguaba en sus cabecitas de criaturas. Proyectos que, a corto plazo seguramente se cumplirían. (La juventud es un tesoro inexplicable).
Los pensamientos razonables se elevaban muy alto, alcanzando la estratosfera. En el casete de Matilde se escuchaba a Camilo sesto.
Ambas enamoradas de él. Enamorarse en esa edad es tan puro como la sonrisa de un recién nacido. Enamorarse a esa edad es como columpiarse en un sauce esplendoroso, un vaivén de bajadas y subidas poderosamente maravillosas.
Saber lo que nos reserva el futuro es algo que nadie sabe, algo que no existe.
Saltaron de un brinco y los tizones que vivían en las piedras lo hicieron también, probablemente se habían asustado.
Matilde salió corriendo con el casete en las manos, pero un mal paso hizo que cayera en una tunera (Se había clavado picos y más picos en su cuerpecito adolescente). Ángela no hizo otra cosa que reír, reír, a carcajadas.
Como pudo sacó a Matilde de aquel infierno.
Estarían un rato sentadas en el suelo. Ángela se fue quitando los picos, uno, a uno.
Y el tiempo no se sabe cómo, pasó.
Hoy en día aún recuerdan aquella anécdota y vuelven a reír juntas.
Es una suerte infinita seguir juntas a medida que el tiempo gira, y gira alrededor.
Matilde no consiguió ser astronauta, pero Ángela sí pudo cumplir su deseo de ser doctora, pero no en el hospital que dijo de pequeña.
Se encontraron un jueves de agosto en la playa. Estuvieron toda la tarde tumbadas en la arena negra dibujando en el cielo toda clase de imágenes, deseos, prioridades.
¿Qué es eso?, dijo Matilde.
Un beso con sabor a limón, menta, con nata por los bordes, dijo Ángela.
Pero te has quedado con el cielo para ti, replicó Matilde.
- En la arena también puedes...
¿Qué cosa?
Ya sabes...
Qué beso tan rico!!!
ResponderEliminarSi...
EliminarEs un bello cóctel ese beso final.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias.
EliminarAbrazo.
Pero que beso tan rico no?
ResponderEliminarsaludos
Ajá.
ResponderEliminarSaludos!!
Un saludo entrañable desde Madrid; es verdad que los sueños infantiles o de juventud casi nunca se cumplen; pero se quedan en la memoria como si hubieran sido una posibilidad de vida abierta a la esperanza. Muchas gracias por el relato. Feliz día, María Gladys.
ResponderEliminarGracias y desde Canarias, Tenerife, feliz dia a ti también, José Luis Morante
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