Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

lunes, 14 de diciembre de 2020

UN CUENTO COMO OTRO CUALQUIERA

 

El barquero se aproximaba a la orilla. Había terminado la jornada. Dejó los remos cubriéndolos con la lona.

Cada día recorría el sendero que le llevaba a su casa, lo hacía con las botas puestas, porque le gustaba llevarlas, percibir en ellas el olor a mar. 

Alguien dijo que un día necesitó al barquero para cruzar la pequeña manga de mar hasta el pueblo, y había  quedado sorprendido. Miles de relucientes bolas doradas rodeaban la barcaza, destellos aquí y allá. Flotaban en el agua.

Eran como esas mariposas que de repente surgen sigilosas, despliegan las alas, y no paran de dar vueltas, y más vueltas sin parar siquiera un momento (probablemente sabían que sólo podrían vivir unas horas). Las personas también viven horas.

Horas que parecen una vida entera. Una larga vida; sin embargo no es así, es como un batir de alas, eso es. 

Lo que llamamos tiempo es algo intangible. Una atmósfera en la que cualquier  ser vivo pulula sin saber que en cualquier momento tiene que desaparecer. 

-¿Qué lees?


- Pues un cuento, o una historia, dijo alguien.


¿Y tú quién eres?, preguntó.


El barquero, soy el barquero... 


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