Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

miércoles, 26 de enero de 2022

Unas hora al día.

 


Un enjambre de ojos recorren los adoquines donde se exhiben toda clase de alimentos, los   peces  brillan y  parecen recostados, pero hace rato que han muerto. Las verduras son igual que los broches de las señoras en las solapas;  unas esculpidas de hojas rizadas, otras de color rojo, de color amarillo. Aquella pieza de carne roja cuelga desde hace unas horas y las manos se agitan una detrás de la otra, aguardando en la fila y aquella mujer ríe contenta porque la primera cuchillada hendida en la pieza,  fileteará dos o tres cuartos, los primeros, para ella. También hay flores que parecen  princesas vestidas con sus mejores galas; ocupan todo el frente en la larga pared. Pero no todo son sonrisas, esa mujer, tiene fruncido el ceño y una fina línea dibuja su boca, se curva, y sus pasos son lentos,  tiene rabia en su interior, es la rabia de todos los años vividos, de callar por vergüenza o prejuicio. Un pequeño tiovivo da vueltas y las imágenes parecen moverse alrededor de él; gira el puesto de castañas y   aplauden arropadas en varias filas; giran los cuatro bancos de tablillas donde reposan los señores curioseando la prensa; giran todos los girasoles, todas las lilas, los gladiolos. Hay una fuente y alrededor un lago de cristal donde se sumergen los meteoritos de lluvia salpicando los zapatos que dan pasos apresurados, como si un gran reloj de arena marcara el tiempo y al caer toda la arena, aquellos pasos se detuvieran y se convirtieran en zapatos de sal. El tranvía corroe las vías, pisotea fuerte y dentro hay rostros preocupados que miran el reloj una y otra vez; hay rostros jóvenes con los ojos brillantes; hay cabezas que descansan sobre el cristal, esas no miran el reloj. Los algodones de nubes juguetean y los rayos del sol se cuelan entre ellas y parece que se dan la mano. Las voces se callan, los adoquines descansan, la fuente cesa y el tiovivo espera un nuevo día para hacer girar cada rincón.

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