Una mañana, Laly, después de asearse y tomar el desayuno comenzó con el trabajo cotidiano. Al pasar por delante del espejo se detuvo unos instantes, y descubrió que aquella niña de pelo rubio como el trigo, de ojos azules como dos mares ya era una mujercita: sonrió.
Vivía con su familia en la Morra, en el municipio de Santa Úrsula, un enclave situado a cierta altura, con barrancos profundos, y llenos de historia. Cuevas donde vivieron los antiguos aborígenes: los Guanches.
Bencomo Mencey de Taoro gobernaba de entre otros municipios, el de Santa Úrsula.
En la cordillera de montañas, el Teide entre ellas: majestuoso, padre de los isleños, que en invierno se envuelve en miles de copos de nieve para el deleite de todos. Tenían el hogar que olía a leña, a lavanda, a naranjas, de ellas, el efluvio que provenía de uno de los huertos. Árboles frutales aquí, y allá.
Asfodelos, Conejos Reales, Lavanda, cubrían gran parte del año la cordillera. El aroma de los alimentos que se cocinaban se explayaban por toda la casa, hasta el porche. Algunos de los hermanos, que por un rato descansaban del trabajo para poder cumplir con los deberes escolares se encerraban en la habitación por un rato. En el porche, debajo del techumbre, el padre sentado en un viejo banco de madera fumaba en pipa, y sus ojos recreaban el paisaje.
Reeditato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario