Quizás no hubiese sucedido pero las circunstancias hicieron que de algún modo, u otro, desde primera hora de la mañana ya había una disposición a ello. El Sol comenzaba a desplegar sus rayos: un bostezo inmenso que iluminó el mar y las casas.
De modo que Virginia ya habría desayunado, y vestido.
Se había adentrado en el parque, se sentaría en uno de los bancos para leer un rato. El cosquilleo que estaba sintiendo en una de sus piernas eran hormigas, sacudió con el pañuelo.
“Mi río se ha secado
solo un gris queda
¿Y esta melancolía
que tengo por abrigo?”
Seguía leyendo. Transcurrieron dos horas.
El despertar de su consciencia fue desde muy joven, en realidad todo lo que se hallaba a su alrededor era un tren en marcha, sin freno.
Un inmenso agujero del que sabía no poder salir.
¿Quieres un café?
Gracias, si.
No te rías de ese modo, las niñas han de saber comportarse.
Dejate peinar.
No estés descalza.
¿Porqué vistes de ese modo?.
No podía evitar pensar en todo eso. Le hubiera gustado lanzar una plegaria al Cielo.
Deberías aprender a bordar.
¡Pero qué haces, así no llegarás a ninguna parte!
Pero sucedió.
“Hoy sé que el andén cuatro
no existe
Sabré que no soy
Hoy las petunias
el guayabero
aquel recuerdo
solo un sueño fue”
En ese instante de profunda paz, Virginia dejó de leer el libro, se
recostó
en el banco de tablillas. El efecto había llegado a su punto más álgido.
¿Eres tú?
Más romántica imposible, a que sí?
ResponderEliminarBesos.
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