Una se detiene y observa lo cotidiano: allá hay un grupo de personas que esperan a que el semáforo cambie. Hay una plaza, y una rotonda.
Por varios lados se cruzan coches, guaguas, camiones; algunos parecen garzas, o grullas. Tal vez podrían ser gusanos de esos que se mueven sigilosamente por la tierra húmeda. Es un carrusel, todo lo es; también las personas.
En realidad es un vagar de un lado, al otro, quizás siquiera la consciencia de cada cual pueda saber qué están haciendo, o qué harán. La vida es muy compleja.
Es un tanto extraño observar. Un mundo se revela ante una. Una vida diferente, es como soñar despierta. El zumbido de un abejorro abstrae a la señora que ha tomado asiento en aquel banco. Le duelen los pies.
Por unos momentos no siente dolor: un zumbido que se cuela por entre sus oídos y permanece mayestática durante un largo rato.
De modo que ese bullicio se me antoja un mundo animal que busca por donde poder llegar: a sus asuntos, a la compra.
Prefiero contemplar a las garzas, las grullas, los albatros. Las mariposas revoloteando alrededor de aquel sauce.
Asfódelos, Lirios, Rosas, Jazmines: su belleza es indescriptible.
Una gran nube gris cubre gran parte del Cielo. El Sol, tímido lanza un pequeño rayo que quiere abrazar.
Pero vuelvo la mirada hacia la señora y ya se ha ido. ¿Quién era?
Una Azucena, si realmente era una Azucena expuesta en un banco para ser admirada por su belleza natural.
"Quizás hubo
en mi pecho
un estallar
de emoción".
"Soy un racimo de uvas
para tu deleite, dijo".
Gracias por el café y el poemario, dije.
Un placer señora.
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