miércoles, 26 de enero de 2022

El relojero.

 





Le había visto ahí, sentado. Una tenue lamparilla alumbra.

Apenas roza con sus dedos el material, es como si flotaran en un lago. Muy atento en su trabajo, siquiera una mosca habría de distraer el meritorio trabajo. Un hombre delgado con unos dedos finos que con gran sutileza acarician todo lo que tocan: esta pequeña pieza irá aquí, esta otra tiene que enganchar.


Por el hueco de la ventanilla surge una luz blanca y las pequeñas mariposas acuden, entonces un baile, un baile elegante, sublime.

Transcurren las horas y él sigue renovando una colección de relojes todos ellos de encargo. ¿Pero qué tiene en su rostro?.


Son los años, las horas, el encanto de resucitar una y otra vez, una y otra vez. Durante casi cincuenta años. Desde chiquito.


Dormía después de alguien le leyera cuento y el tic, tac del reloj.


Pero es curioso todo lo que una puede ver y observar, en realidad todo se muestra ante los ojos de una: un gran abanico de colores.




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