Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Tajinastes en los tejados

 



Era verano y las lagartijas se colaban por entre la madera del techo. Si una se quedaba mirándolas llegaba a pensar que podrían ser criaturas saliendo al recreo. Revoltosas, juguetonas, en busca de migas de pan, o de alguna golosina.


Una tarde mientras la señora Rosa dormía la siesta se había colado debajo de la colcha una de ellas. Recorrió rápido el cercado que llegaría al rostro. Se paseo por el borde de la nariz, por los labios, y por los ojos. Rosa bostezó y rascó suavemente. Pero no se despertó.


-¿Alguien quiere café?, dijo la señora Rosa.


Las tardes en la sobremesa, además de jugar al parchís, tomaban café y a veces galletas, unas deliciosas galletas de plátano.


-Si, dijo Ermina.


Probablemente se paseaban de aquí para allá, sigilosas, divertidas, y claro, volverían a deslizarse por entre las sábanas, y se apearían en el rostro. A veces las personas duermen profundamente, y al amanecer piensan que han soñado con lagartijas.


La casona era realmente hermosa. Había sido reconstruida porque durante la guerra había sufrido bastantes daños. El tejado por ejemplo( agujeros por algún bombardeo).


Pero había vuelto a brillar, como siempre. Una casa así no se puede arrojar a la basura.


Los tajinastes habían florecido y alfombraban todo el tejado.


Por aquel entonces (durante la guerra), los bisabuelos de la señora Rosa, habían vivido en la casona. Fue un regalo de bodas por parte del novio. (de un tío que se hallaba en otras tierras). Trabajaban la tierra unos veinte labriegos. Todos tenían unas casitas alrededor de la hacienda. Las había mandado a construir Jacinto el esposo de Eulalia (Bisabuelos de la señora Rosa).


Ya hubiera sido en verano, invierno y todas las estaciones, que parecía un palacio pendiendo del cielo.


¿Más café?, dijo la señora Rosa.


Si, dijo Ermina. ¿Y las galletas?, volvió a decir.







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