El tiempo a lo acontecido y lo precedido no deja de ser un misterio, pensó, mientras disfrutaba de la vista de los jardines y árboles frutales. Un adagio se escuchó en aquel concierto en la calle y embelleció aún más lo admirado.
Pero nada de eso sucedería si realmente hubiera sido en ese espacio de tiempo. Lo fue. Deseó su frustrado sueño. La algarabía al ponerse el sol se asemejó a una miríada de golondrinas girando a gran velocidad por el amplio cielo; la misma que sintió que podría suceder: adentrarse en lo misterioso. Volver a encontrarse, tocar sus manos, sus labios, su pecho. Abrazarlo como si el mundo no fuera mundo. Algo intangible.
Lo sensible, un espacio entre la nada. Alcanzar el deseo. Abreviar palabras; caer al alfombrado almizcle de lo etéreo. Piel con piel.
Donde siquiera pueda escucharse el sonido de un aletear de mariposas. Donde los trenes paran en la misma estación en distinta época, pero en ese mismo espacio de tiempo.
Después del baño y de haber recogido los arándanos pronunció su nombre varias veces mientras dormía.
Si el infierno es su semblante no es el infierno.
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