Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

domingo, 23 de agosto de 2020

El Girasol

 

Dijo que haría mal tiempo, lo dijo porque desde la ventana se veían venir unos pequeños nubarrones. Y la brisa se aceleró, como si los dioses hubieran soplado para entretenerse. Pero iría a tomar una copa. Aún si empezara a llover, aún con algún trueno. En el Girasol actuaba un trompetista famoso. (Almost blue), su canción preferida. 

Le gustaba verlo, con semblante sereno, como si hubiera estado dos días durmiendo. Manos blancas, casi transparentes, y unos dedos largos que se movían en consonancia con la música y también con su voz. Lánguida. Como un susurro. De modo que, salió a la calle con baldosas interpuestas una al lado de la otra, desniveladas por el tiempo, pulidas por el pisar de mucho años. Tomó el pintalabios rojo cereza y dibujó en  sus labios, rodeando el contorno, y luego los rellenaría por completo. Llovió. El Girasol esa noche estaba repleto de gente. Al fondo una mesita reservada. Se adentro dejando la gabardina en el perchero. Los aplausos resonaban entre risas, copas y humos. Allí la esperaba su querido fantasma de siempre. Pero elegantemente vestido, sin cadenas atadas a sus tobillos. Habría solo una copa. Una silla vacía. Sin embargo, se miraban y charlaban. La mímica de ella no sorprendería al público, son manías, dijeron, siempre lo hace. 



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