Aquel lago tenía dentro pececillos de colores y algunos sapos con ojos redondos y saltones ; las tardes tenían ese peculiar olor a jengibre y caldo verde y pan recién horneado, yo, ensimismada, contemplaba la poza, de puntillas, y las olas iban y venían y los sapos saltaban entre las pequeñas ramas, que, amerizaban, cuando la brisa soplaba desprendiéndolas del viejo nogal. Debí dormir un rato debajo de la pared de piedra que contenía el mar aquel, luego soñé que navegaba con un bar quito chico y recorría aquel mundo de fluidos y de transeúntes.
Eterna soñadora tu protagonista en una tarde más que nos describe.
ResponderEliminarUn abrazo.
Otro abrazo para ti, Rafael...
EliminarUn barquito de papel?
ResponderEliminar:)
Ah no pude ver con claridad si realmente era de papel...
Eliminar:)
Si yo soñaba el cielo como un mar al revés, bello soñar el lago, o una pequeña fuente como un piélago, donde echar los barquitos de papel. Un beso, por tanta ternura en tu relato. carlos
ResponderEliminarMuy amable, Carlos
EliminarOtro beso