Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

viernes, 15 de enero de 2021

La garza blanca

 


A cualquier hora, y como los ángeles que levitan sobre cualquier lago, se podía ver con cierto estupor aquella maravilla humana, que con pasos muy bien acompasados atravesaba el puente de hierro que, oxidado por los años aún permanecía firme. 

Debajo, los juncos se amontonaban, algunos más cerca que otros, como los mendigos que al anochecer buscan refugio para pasar la noche. Una ligera brisa olorosa como un vino fino hacía que el cabello de ella ondeara, columpiándose, con algún mechón empecinado en caer una, y otra vez en el rostro. 

Como quiera que todo aquello sucedía, los rayos del sol atravesaban con sus largos dedos ocres, el entramado puente, y más allá las veredas; las pequeñas casitas que en esos momentos, y por el frío gélido, habían encendido los que las habitaban, la chimenea. Tonos de ocres más amarillos, o más marrones pintaron el rostro de la mujer. De forma que parecía un lienzo. 

Los instantes pueden ser los auténticos momentos, el presagio de todo lo bueno, o malo que pueda pasar. 

Como ese mismo instante en que atravesaba el puente sintiendo la brisa, percatándose de los juncos. Oler los diferentes aromas, que a esas horas se desplegaban incesantes. Incluso par un momento para escuchar el quejido del entablillado. Un quejido bajito. Como cuando alguien se tuerce un tobillo tontamente.

Se imaginó a alguien  en medio del prado tocando un piano.

Incluso pudo escuchar el susurro de las notas: un adagio.

Aquel beso que le dejaría un sabor dulce en los labios, néctar.

Cuando las bocas se buscaron: labios inquietos, deseosos.




4 comentarios:

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...