Y de pronto me di cuenta que dormía profundamente. Un respirar lento.
El tic, tac, del reloj de pared daban las seis.
¡Un ramo de lirios!, eso dijo Endora. Algo soliviantada, algo presurosa en su modo de expresarse.
Margarita entraba en el portal con una cesta llena de lirios. Lirios recién cortados, tanto, que todavía se derramaba el sufrimiento por los tallos.
Chiqui seguía dormida, enfrente, la chimenea. El té estaba a punto de servirse, o tal vez, café.
Ni un sólo momento dejé de observarla; es algo maravilloso contemplar a tu mascota cuando, en la tranquilidad del hogar se deja mecer en un bello sueño. En el fondo sabe que está protegida, querida.
Los mirlos han salido para picotear aquí y allá, todavía queda en armonía con el parque, algún rayo de sol
Aunque pronto caerá la tarde Caerá con un manto gris bordeando las casas. Y el frío hará que cada cual encienda su chimenea.
Quizás alguien hable de política, otros, del tiempo.
Aquel caracol, meticulosamente sube por la pared de piedras.
Seguramente en la noche se halle en lo saliente de la chimenea.
¿Quieres galletas de jengibre?, dijo Endora. (Estaba segura que no habría nadie que negara aquellas sabrosas galletas horneadas), si, gracias, dijo Margarita.
Alguien bosteza, fuera, en la plaza (Aún le faltan cuatro ediciones de la prensa por vender).
Alguien escribió en la vieja pared unos versos: ¿Dónde estás?, memorable el día en que me hables, me digas, algo
Escribir versos en la pared es lo más bonito que hay.
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