viernes, 22 de enero de 2021

El violín

 


A cualquier hora que una hiciera esto, o aquello desde el balcón podía escuchar perfectamente la música, más bien un musical sonido.


-Son doce en total, dijo Eulalia.

Porque habían ido al mercado a por verduras y unas ostras.

-¿El qué son doce, repliqué?

-Las ostras, dijo Eulalia.


Mientras sucedía eso aparté el visillo por ver al muchacho, con unos dedos blancos, e impecables. Ver el modo en que ejercitaba el violín, un modo realmente explosivo. Su cabello castaño claro y abundante, un cuerpo delicado; la expresión de su rostro reflejaba el todo. Como un ángel que bajara a la tierra y curiosear. Tocar tan magníficamente ese instrumento de dioses.

Tendrían que ser par, las otras, por costumbres antiguas, así debería ser. Doce ostras.

Casi sin pestañear esperó a que el muchacho terminara el concierto.

Ahora la música se elevaría alto, muy alto porque una brisa se había introducido por la ventana. Trascendía  donde lo pájaros migratorios, que de vez, en cuando, se quedan en los grandes charcos de agua promovidos por la mano del hombre, socavando la tierra. La naturalidad de la naturaleza hace hogares. De modo que, allí algunas de ellas permanecerían un tiempo, anidarían, para luego volver a las alturas, seguir su camino.


-Están muy frescas, dijo Eulalia.


.-Asintió con la cabeza sin quitar la vista de un concierto espectacular. Como las mareas que rebosan y traspasan desde la arena a cualquier montículo, roca, para luego estallar estrepitosamente contra ellas. 

Abrió los ojos con cierta inquietud, porque por unos momentos el muchacho había desaparecido del punto de mira. 


-Quizás tiene hambre, o tal vez, a otros quehaceres, se dijo.


Después de unos pocos minutos volvió.


Y con una sonrisa plena se dijo: !Volvió¡


Con complacencia admiraba aquel chico con manos blancas como la nieve, con dedos delicados, absorto en un mundo que crece en el alma, un mundo cuyas raíces crecen en el interior. Un plano distinto a muchos...



¿Te parece si empezamos?, dijo Eulalia.


¿A qué?, le respondí.


A comer esas ostras divinas.


Vale, si. (con el desconsuelo de no poder terminar de ver el concierto).




 


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