Como quiera que a veces algunas situaciones en nuestras vidas requieran, por ejemplo, tener que cambiar de ciudad, o de dejar de usar aquella gabardina que tanto cariño le teníamos, sucede que así, porque sí, nos encontramos en una cómoda butaca tomando un té de hibisco.
En esos instantes los pormenores se esfuman de nuestras cabezas, sólo concentramos nuestro pensamiento en el disfrutar de ese sabor agradable que aromatiza nuestra lengua, garganta y porqué no, hasta nuestra alma.
Todo eso había dejado escrito en un folio sobre la mesa. Quizás una reflexión, o eso pensó; pero es que la situación invitaba a ello.
A cada sorbo el sello de carmín se dejaba ver con más intensidad, tanto, que tuvo que volver a trazar el color en los labios.
Se entretuvo en el vuelo de las andorinas, que en bandadas parecían acacias, ahora irían a un lado, ahora al otro. Bandadas de pajarillos, que quizás anunciaban que el viento pronto llegaría por esos lares.
Se entretuvo igualmente porque había visto no muy lejos de la estancia a un viejo amigo, (amigo de la infancia. Las infancias deberían ser eternas), y claro está que se saludaron y conversaron horas. Un buen comienzo de semana, pensó. Mientras, la taza de té ya parecía una joya con los bordes ribeteados de ese color fresa.
La infancia es mi patria.
ResponderEliminarY la mía también.
EliminarMe gusta el té y me ha gustado tu entrada , por lo real que me ha parecido la descripción de los pensamientos.
ResponderEliminarGracias Tracy muy amable
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