Es
una tontería querer alejarse y terminar en un bosque, eso es una
pérdida de tiempo para mi gusto, dijo Helena. ¿Porqué habría de
ser una tontería terminar en un bosque?, se preguntó la otra mujer
que se hallaba en el puesto de castañas y atenta y curiosa escuchaba
la conversación.
Se
había torrado dos dedos por causa de su extremada atención hacia
las muchachas, cuando quiso sacar las castañas del asador; siquiera
si había molestado en mirar.
Pensó
la señora que estaba bien eso de adentrarse en un gran bosque y
desaparecer por un tiempo, sobre todo ella, que llevaba una ingente
cantidad de años tostando castañas, con lluvia extrema, con frío
helado desde las montañas, con las yemas de los dedos de diferente
tono a muchas.
Se
había acomodado un rato soplando sus dedos maltrechos y tiznados,
luego recreó su huida. Mayestática, permaneció todo el rato en que
su pensamiento derrochaba las imágenes supuestas de ese gran lecho
de retamas y, hasta un bello manglar en medio.
De
modo que las muchachas ya se habían ido cada cual a sus asuntos; y
sin embargo, el bosque cada vez cobraba más vida, el manglar
restallaba de forma súbita y elegante, promovido en parte por las
aves, que revoltosas buscaban en las ramas astillas para la
construcción de los nidos, nidos que se multiplicaban a medida que
cualquiera pudiera recrear su vista, cualquiera que tuviera la
tremenda suerte de hallarse por un día en tan bello lugar. Casi no
había hueco sin nido a lo largo del manglar.
Seguramente
la señora tostadora de castañas hubiera introducido las manos en el
agua exactamente igual que las raíces, eso sería renovarse casi por
completo de las tediosas tardes de invierno, con la cara manchada y
los sabañones en algunos de los dedos, y sobre todo la soledad de
ella, aún en el vocerío de la gente para saciar las ganas de comer
las orondas sabrosas castañas.
Por
lo tanto para ella ese bosque sería la liberación y no la huida,
sería tan maravilloso como convertirse en alguna de esas aves
solitarias pero libres, o quizás formaría parte del manglar, o
sería el agua limpia que rozaría con dulzura las alargadas ramas.
De
modo que se colocó el echarpe, se enfundó los guantes roídos y
sonrió. Al fin y al cabo no estaba mal eso de tostar castañas, aún
en las inclemencias del tiempo...
Bonito relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Rafael.
EliminarAbrazos de vuelta para ti.
A mi también me encanta perderme en el bosque, y poderme encontrar con duendes,con hadas y conmigo y mis sueños.
ResponderEliminarPrecioso.
Besos siempre.
Gracias Gustavo, me alegra que te haya gustado.
EliminarBesos siempre.