Lame
el mar con las olas la orilla de diminutas piedras negras. Más
atrás, las casitas de los pescadores, blancas, con luces en la
fachada.
En
la calle real huele a pescado frito, huele a turrón, huele a
mazorca; los ventanucos cerrados, algunos con tachuelas como adorno.
Brillan las tiendas adornadas: Campanillas; luceros; toda clase de
accesorios para la navidad. También huele a incienso, es de aquella
iglesia al final de la calle, como si presidiera una mesa bien
adornada, con manteles rojos y blancos, con lazos en las esquinas.
Allí permanecen los limpios de corazón, los que se dan golpes en el
pecho; y las putas, y los labriegos. A veces, alguien se arrastra por
los adoquines hasta llegar al altar, con la boca cosida, con las
manos pegadas, con el arrepentimiento en la frente para que Dios lo
vea. El sacerdote reparte obleas para la paz del alma, para quitar
pecados. ..
La
señora cruza la calle olorosa, lleva puesto un sayo de seda, los
pasos elegantes, los mitones negros; las gaviotas sobrevuelan,
danzan, como las bailarinas, ahora hacia un lado, ahora son un
remolino, otean, por si alguna migaja de pescado frito se hubiera
escapado de las bocas de los transeúntes.
Ahora
golpea fuerte la ola, aquella que lleva en su pico un sombrero de
espuma plateada, y llega agotada a la orilla, como cuando retozan los
amantes, luego: El sueño, el silencio, el placer...
Cruzan
dos nubes, son cúmulos, son enormes bocas negras, replican campanas
Acecha
la noche, llueve. Ahora un rápido giro de las gaviotas deja atrás
la estela de plumas, se van al mar, huyen...
Cruzan
todos la calle, los cirios de la iglesia centellean, crepitan, como
las hojas descaradas contra una vidriera. Los dientes del lobo es la
noche, que culmina oscureciendo hasta los rincones. Azota, azota la
tormenta. Los rayos quiebran los troncos de los árboles. Salpican
lágrimas de agua en las baldosas,
corre
un río de ellas calle abajo, la capa negra cubre los tejados, cubre
la torre de la iglesia. Ahora un mar bravío enloquece, aúlla como
las fieras, amenaza con hacer encallar ese barco, que rezagado
pretende llegar a la orilla.
Y
es la bravuconería de la vida, a veces...
Bonita similitud de la ira y las olas del mar.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Cuánto tiempo sin leerte! afortunadamente cada día me encuentro mejor y con más ganas, espero que dure este cielo claro sobre mi cabeza.
ResponderEliminarUn abrazo amiga.
Que bien escribes,me encanta.Saludos
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