La lengua de fuego y humo se explaya,
como si se tratara de un dragón, que enfurecido sobrevuela la copa
de los árboles y se arrastra igual que una serpiente por los troncos
y por las retamas. Deja todo impregnado de veneno ardiente. Los
lagartos y los pájaros han muerto. Y los hombres gritan aquí y allá
y, lamentablemente se haya un cuerpo sin vida en medio del horror.
A pesar de todo es claro que la vida
sigue en otro lugar. La evidencia de las personas en las playas; las
familias riendo y los niños jugueteando con las olas chicas que
llegan a la orilla.
La calle real está invadida de
estorninos, quizás huyendo del creciente humo que se cuela por entre
las rendijas de caminos y de esquinas.
Alguien se quita los zapatos para
refrescarse en la fuente. Las señoras que tienen sus puestos donde
empieza y termina la calle, parlotean y enarbolan las manos para
atraer a los transeúntes. Melquiades se atusa el bigote y lee la
prensa, el párroco se dirige a la tienda del toldo rojo para tomar
un gran vaso de horchata de chufa. Debajo de los flamboyanes se
hallan cuatro bancos desvencijados, pero con su señorial sello. Por
el suelo algunas páginas sueltas con pipas de calabaza para las
palomas y en la charca acaban de vaciar un paquete entero de migas de
pan para los patos y algunas galletas pequeñas y redondas y
azucaradas. Y qué curioso que casi siempre hay un cisne entre ellos,
pero no es un cisne negro, tampoco es un cisne blando. Es un cisne,
sin color alguno.
La teta de Irinea está a punto de
explotar; el pequeño succiona ávido mientras acaricia el pecho, sus
deditos son dátiles dulces. Es extremo, muy extremo el momento tan
sutil y delicado entre los dos.
La vieja sube como puede la escalera de
piedra, ya casi ni le importa el tiempo que pase hasta llegar al
último tramo, ni le importa si alguien se gira o no para ver de qué
modo tan decrépito adelanta uno, y otro pié. Es curioso que en ese
recorrido largo tañen las campanas, una, dos, tres, cuatro, cinco...
Son las once de la mañana y aún el fuego no tiene adversario. La
nube de humo atrapa con sus garras la calle y todo desaparece. Parece
un conjuro...
Qué forma más linda de describir la catástrofe.
ResponderEliminarEfectivamente si que es un conjuro, un conjuro vomitivo.
Besos siempre.
Me alegra mucho que te haya gustado, mucho.
ResponderEliminarBesos siempre.
Siempre consigues trasladarme a otro mundo en cuestión de segundos.
ResponderEliminarSin embargo, me da que este mundo tiene más de realidad que de fantástico...
Muy bueno, me ha encantado.
Un abrazo
Qué bien que te guste, Beatriz.
ResponderEliminarEs cierto, en este caso es mucha verdad, es una tragedia.
Abrazos de vuelta y muchas gracias.