¿Porqué habría de coger el teléfono?, se preguntó.
Presumiblemente sabría que no era el sonido de un teléfono, que probablemente fuese la
campanilla de la entrada a la casa, justo al lado de una balaustrada, siquiera recordaba quién, en
algún momento, habría dejado aquella campanilla de viento y, que su tintineo había provocado el
pensar que alguien llamara, simplemente por preguntar como estaba, o por si en algún momento,
alguien quisiera charlar un rato, compartir un café, o quizás arreglar el jardín, que sin duda alguna
se merecía eso, ser arreglado, quitar hojas secas, remover la tierra, y querer no dejar morir los
pocos geranios que esparcidos, parecían no querer secarse, un querer sobrevivir, como si corriera
la sangre por sus tallos. De modo que decidió hacer todo eso en soledad si, realmente sacaría
provecho de sus circunstancias la de que el timbre que escuchó no era llamada alguna, que fue la
campanilla de viento al soplar una brisa impronta provocada por las corrientes de aire
provenientes de las montañas picudas, envueltas en un velo transparente de niebla.
Se puso un mandil, unos guantes, y bajo dos escalones de piedras redondas fundidas con el barro.
Mientras apartaba la hojarasca recordó aquellos años de niña cuando la abuela hacía lo mismo y
ella miraba y curioseaba: habían gusanos, mariposas revoloteando, y lo más que le gustaba era
dejar que el agua que salía como un río de la manguera la empapara era algo maravilloso, como
un bautizo en toda regla, un hermoso bailar entre aguas...
Quitó todas las hojas secas, mimó los geranios, que a medida que avanzaba la tarde se veían de
un color más intenso. (mimar, mimar, mimar)..
Cuando terminó se sentó en una butaca de tela vieja y descolorida por el tiempo, y mantuvo en
sus manos una taza de café arábigo que guardaba para las visitas, o siquiera sabía bien para
qué... Sintió caricias tibias en ambas manos, sintió un calor especial.
De nuevo volvieron los recuerdos sorbía despacio, saboreando instantes. El pasado y el presente,
todo ello girando a su alrededor como un tiovivo. Comprendió al final que no le hizo falta
aquella supuesta llamada de teléfono, siquiera sentirse sola por eso. Y lo mejor de todo es que
vivió un largo momento a solas...
Hola Gladys. Te visito absolutamente todos los días (estás en mi blogroll) porque además eres constante. Te diré que tu estilo me encanta, sabes mimar la palabra como el Tesoro que es, un arte que se está perdiendo a un ritmo implacable. Me recuerdas a Cortázar, uno de mi trío de ases (los otros dos son Borges y Conrad). Nunca dejo comentario porque me quedo apabullado y no sé qué decir. Pero ya que has comentado en mi blog, te dejo respuesta.
ResponderEliminarEste relato en especial me emociona porque refleja perfectamente al solitario que, a falta de otra cosa, se nutre de recuerdos. Cuando siente caricias en ambas manos, que sujetan la taza de café, es un momento mágico.
Un beso, Gladys.
Muchas gracias, me has sorprendido gratamente porque sé que te gusta lo que escribo y la verdad que hoy estoy feliz por tu comentario.
EliminarUn beso fuerte, fuerte.