Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

martes, 10 de agosto de 2021

Al otro lado del teléfono.

 




Y supo que no sólo era su yo, es decir, ella. Necesitó desenmarañar el ovillo que desde su venida al mundo llevaba dentro, en un contexto para nada escandaloso, pero deseó sacar ese aluvión que hoy estaba perjudicando su cabeza, y tal vez todo su cuerpo.


La vestimenta no era la misma: ausencia de maquillaje. Una negación absoluta.


De modo que estuvo varios días apartada del mundanal ruido. Había alquilado una cabaña alejada del pueblo. Le gustó sobre todo por la ausencia, y su propia ausencia.

El silencio se hizo ella. Ningún vocablo salió de sus labios. La música del arroyo, el canto de los pinzones azules, todo lo necesario para, poco a poco soltar lastre.


Un café y un cigarrillo a primera hora de la mañana: luego otra vez el silencio. Pero dentro corría la lava por todas sus venas, un ir y venir de fuego preparado para lanzar la llama más grande de su vida.


Pero cuando llevaba unos quince días en aquel mundo ingrávido comenzó a resonar dentro de su cabeza el timbre de un teléfono. Sabía que sólo ella podía escucharlo.


La cabaña desprovista de cualquier cosa que fuese tecnología: una cocinilla, un camastro, enseres simples.


Después de una ducha regresó a la salita para contemplar las montañas nevadas sosteniendo un café. En su boca el primer cigarrillo.

El sonido golpeó una, y otra vez, por mucho que quiso distraerse observando aquellas majestades no pudo.


Decidió contestar. Ya no habría silencio. No habría la protección de su cuerpo en un mundo acuoso, como cuando vivió en el vientre materno.


¿Quién es?, dijo.


Nadie contestó.


En los días siguientes el sonido no paraba. Empezó a estar inquieta, nerviosa.


¿Oiga, porqué no dice nada?, volvió a decir.


Pero una noche se dio cuenta de quien estaba al otro lado del teléfono era el ovillo, el aluvión. Y supo que no sólo era su yo.




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