De camino al quirófano el destello de luces por el largo pasillo la transportó a otro lugar, otro momento. Un torbellino de imágenes alrededor se apropió de todo lo que iba a suceder: una operación larga; el olor particular que tienen las salas de operaciones, el balbuceo de los cirujanos, incluso aquella suave música.
Aquel día en el mes de octubre fue una casualidad un nuevo encuentro, las casualidades existen. Aunque llevaba gafas oscuras le había delatado sus espléndidos labios marcados con un ribete que olía a chocolate. Quiso acercarse y saludar, y más aún, deseaba un beso, de esos besos que languidecen boca arriba, placenteros, al lado de un lago tranquilo.
Le siguió durante un rato, no quería renunciar a ese instante que significaba una vida entera. Era un puñado de golosinas envuelto en papel celofán, era una luna enorme, un sol brillante, una caída libre desde un avión.
¿Dónde estoy?, dijo.
En el hospital señora, y la operación ha sido un éxito.
Así da gusto operarse! Yo me operé cuando era niña de las amígdalas y recuerdo que al despertar de la anestesia el mareo era horrible! Por suerte esta señora no corrió la misma suerte que yo jeje Un placer leerte amiga, besos!
ResponderEliminarBesos de vuelta amiga!!
EliminarTengo 77 y no me he operado de nada. La señora que presentas, en su etapa postoperatoria, salía de un sueño vaporoso.
ResponderEliminarTu entrada la presentas limpia, clara y liviana.
Hasta pronto.
Agradecida Vicente.
EliminarHasta pronto y un abrazo