Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

sábado, 1 de marzo de 2014

Los tiempos muertos de atrás

Como quiera que sea la casa ya no estaba, recorrer el espacio hueco hacía reproducir imágenes; habitaciones; un ancho pasillo; una cocina donde el pollo se horneaba.  Todo quería  flotar, ondear igual que unos visillos cuando la brisa se cuela. Los días se sucedían en una calma casi perfecta. Todos dormían, todos en sus habitaciones, todos con sus sueños. La puertas se cerraban tras de si, igual que se cierra un libro cuando la vista se cansa o, simplemente no apetece tenerlo entre las manos; ésto sucedía cuando la negrura de la noche se acomodaba. Quizás algo afligida por los continuos reproches dejaba que el río de lágrimas empapara la almohada y que absorbiera la lluvia silenciosa que durante algunos momentos se deslizaba.En aquellos años la niña que habitaba en la casa también revoloteó por los pasillos; el patio de colores y la escalera de piedras que daba a los huertos interminables que dejaron que sus pies se endulzaran con el aroma de las margaritas; los girasoles; el hinojo; y el agua del estanque le devolvía un pequeño ruiseñor, con una boca chiquita, con un pelo azabache, lacio. Falta poco para recorrer ese espacio que quedó; una ojeada última, una mueca de tristeza; de querer hacer girar de nuevo todo. Pareciera que un siglo haya pasado; un siglo de estaciones; un siglo de risas; de ver como se derrama la lluvia; el granizo en el bajo de las puertas, más escarcha que granizo, quizás.

12 comentarios:

  1. Te leo, haces relatos muy buenos. bueno, algunos no los termino de entender, me pierdo, me pasará como a todos, imagino, unos enganchan más que otros.

    saludos

    ResponderEliminar
  2. Nostalgia que vuelve...
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Te entiendo. Desde que nací y hasta los 11 años, viví en un caserío (S.VII) con escaleras de piedra. Enfrente estaba el ya más que huerto, pasto; que no daba de comer, pero sí las sábanas (de algodón) más blancas del barrio. Mi abuela!
    El pollo, no siempre, era los domingos.

    ResponderEliminar
  4. Me trae a la memoria un poema, a la cual regresa el transhumante, y sòlo quedaban muñones. Un abrazo. Carlos

    ResponderEliminar

Ballade pour Sophie

Ballade pour Sophie

Se habían despedido el mismo día en que se encontraron, solo que, ninguno de ellos lo sabría hasta pasado unos años, en que, l...