Como quiera que sea la casa ya no estaba, recorrer el espacio hueco hacía reproducir imágenes; habitaciones; un ancho pasillo; una cocina donde el pollo se horneaba. Todo quería flotar, ondear igual que unos visillos cuando la brisa se cuela. Los días se sucedían en una calma casi perfecta. Todos dormían, todos en sus habitaciones, todos con sus sueños. La puertas se cerraban tras de si, igual que se cierra un libro cuando la vista se cansa o, simplemente no apetece tenerlo entre las manos; ésto sucedía cuando la negrura de la noche se acomodaba. Quizás algo afligida por los continuos reproches dejaba que el río de lágrimas empapara la almohada y que absorbiera la lluvia silenciosa que durante algunos momentos se deslizaba.En aquellos años la niña que habitaba en la casa también revoloteó por los pasillos; el patio de colores y la escalera de piedras que daba a los huertos interminables que dejaron que sus pies se endulzaran con el aroma de las margaritas; los girasoles; el hinojo; y el agua del estanque le devolvía un pequeño ruiseñor, con una boca chiquita, con un pelo azabache, lacio. Falta poco para recorrer ese espacio que quedó; una ojeada última, una mueca de tristeza; de querer hacer girar de nuevo todo. Pareciera que un siglo haya pasado; un siglo de estaciones; un siglo de risas; de ver como se derrama la lluvia; el granizo en el bajo de las puertas, más escarcha que granizo, quizás.
Escarcha en el corazón.
ResponderEliminarLo has adivinado...
EliminarTe leo, haces relatos muy buenos. bueno, algunos no los termino de entender, me pierdo, me pasará como a todos, imagino, unos enganchan más que otros.
ResponderEliminarsaludos
Gracias y saludos igualmente para ti...
EliminarMe encanta ver llover. Un beso.
ResponderEliminarBello verte, Amapola AZzul
EliminarUn beso.
Nostalgia que vuelve...
ResponderEliminarUn abrazo.
Cierto, Rafael
EliminarAbrazos,
Te entiendo. Desde que nací y hasta los 11 años, viví en un caserío (S.VII) con escaleras de piedra. Enfrente estaba el ya más que huerto, pasto; que no daba de comer, pero sí las sábanas (de algodón) más blancas del barrio. Mi abuela!
ResponderEliminarEl pollo, no siempre, era los domingos.
Gracias por pasarte bixen, y por tus palabras...
EliminarMe trae a la memoria un poema, a la cual regresa el transhumante, y sòlo quedaban muñones. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarGracias de nuevo, Carlos
ResponderEliminarAbrazos para ti.