sábado, 16 de mayo de 2020

Lo oscuro







Chiqui dormía bajo mi pié izquierdo. La noche se había cernido sobre el tejado con un ademán de cinismo, porque a veces a una no le apetece eso, el querer que la noche ciegue los rayos de Sol, creo que las estadísticas no se equivocan; mejor dicho, las matemáticas no hierran. En cuanto en tanto sean más las posibilidades en acertar en que la mayoría de las personas prefieran más horas de luz que de lo oscuro sobre todo en el barrio de casas huesudas y poco favorecidas para protegerse del frío.

Es curioso ver cómo cambia de postura, mientras yo apuro el último sorbo de ron, y se recuesta al lado contrario de mí. Un surco diminuto resbala por mis labios, la lengua detiene esa pequeña hemorragia antes de que llegue a los pechos; pero hay algo más que inquieta aparte de la negrura y es el silencio, ese que se encarga de bramar para tentar al suicidio. Una no sabe bien porqué se quita de en medio la gente, en este caso apuesto por la espesa capa pretenciosa con setenta y ocho pulgadas presionado hacia dentro: el dormitorio, la sala, la cocina, el baño, cederían eso, setenta y ocho pulgadas de un techo prisionero, maltrecho. El ropero está para algo más que guardar ropa y gabardinas. En un baúl mediano tengo los discos de Chet Baker, daría todas las bragas rojas y el vestido maldito abullonado en los brazos, que un año no pude estrenar por pasar la adolescencia en un país aún adoctrinado por aves rapaces que castigaban a las rosas cuando se abrían a la vida, las cercenan y las dejaban en un bonito jarrón para que lucieran en una encimera cualquiera.



De modo, que Chet, me hizo compañía toda la noche hasta el amanecer, porque no pude pegar ojo. El sonido del piano que se escapaba del viejo disco seguía inmaculado, como cuando una se vuelve de repente y puede ver las montañas picudas barnizadas de verde con pinceladas ocres.

Es realmente bello verla dormida, roncando como una bendita de cuatro patitas,( sonreí).
Dos casas más allá en el bar de Chumi aún salía humo de la chimenea, seguramente preparando un potaje para la primera hora de la mañana, para los obreros que a estas horas trabajan perforando otra montaña, horadando como las ratas. Es tanto el tráfico que la tierra se siente dolida y ultrajada, pero nadie se resiste en poder ahorrarse dos horas de camino al otro lado de la isla para trabajar. (Queremos tiempo).

Chiqui despierta ladrando y corre al balcón, arrastro los pies igual que una vagabunda aburrida y me carcajeo al ver a Luna, la gata, paseando por los balaustres del jardín.

¿Tomas algo Chiqui?

No respondió, solo me miró atentamente a los ojos.





















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