Maldijo mil veces mientras el cigarro se bamboleaba entre los labios, las medias tenían agujeros, uno, en la parte de la ingle y el otro a la altura del tobillo. El día anterior había preparado la maleta, pero tuvo tiempo para despedirse de los amigos, aquellos con los que vivió la adolescencia: guateques a las seis de la tarde los sábados. Eran protagonistas de historias novelescas, algunos tomaban alcohol.
Había que esperar que echaran el vómito y luego alguien los acompañaba a casa, sanos y salvos.
A veces eran activistas, dependiendo del subidón de aquellos porros explosivos, hasta los gatos que andaban cerca se carcajeaban a su modo. El pelirrojo, nadie supo nunca su nombre, tenía una Montesa Cota, las chicas se repeinaban la melena, se ponían colorete, vaqueros y camiseta abotonada de flores para conseguir un paseo en aquel bólido de los demonios bien sujetas a la cintura del piloto. Eran las diosas del Olimpo.
Por entonces pasadas ya la treintena se produjo un acontecimiento inesperado porque lo que parecían protestas y movilizaciones reclamando derechos de la ciudadanía, se convirtió de la noche a la mañana en toque de queda.¡Toque de queda! Eso supuso un antes y un después. Muchos de los amigos ya tenían familia, costumbres que poco a poco se van arraigando, un sometimiento encubierto. El caso es que parecían felices, un trabajo, un piso, una televisión, hijos. Una vida plena en toda regla. Si un día amanecía nublado era que estaba nublado, y si amanecía con sol, soleado.
Unas cervezas con los amigos, reunión familiar los domingos, de vez en cuando a algún funeral, y alguna boda, con la seguridad de tener todo bajo control. El caso es que no parece mal, al contrario, es muy satisfactorio llegar a la treintena y presumir de todo eso.
Es curioso cómo de repente cambia todo, te dicen que no puedes salir de tu propia casa a partir de una hora, te vigilan, te quitan el trabajo si es necesario, te embargan la cuenta, o simplemente se ríen en tu cara para que entiendas la supremacía, para que obedezcas.
El caso es que después de la despedida del día anterior, con la maleta preparada, y las medias rotas, se mudó al otro lado de las montañas a la Casa Azul.
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