Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

lunes, 25 de mayo de 2020

La esquirla




El dolor me había despertado. La esquirla, clavada hasta el fondo, provocaba en mí  desasosiego, más que dolor, realmente podría describirlo como si la mordida de algo o de alguien, lejos de producirme daño, se había convertido  en un placer incauto, un placer indomable, porque la tuve toda la noche dentro.. 
En realidad fueron cuatro horas y media tendida en la cama. A veces cambiaba de postura: al lado izquierdo, al lado derecho; boca arriba, entre tanto alguna cabezada, entre tanto un sueño súbito, inesperado. Un sueño lleno de ojos, ojos que oteaban, ojos que miraban a un punto fijo. Ojos deseosos, ojos despistados, ojos, ojos, ojos...miles de ojos. El techo de la choza se convirtió en un lienzo lleno de conchas, conchas de colores, seguramente la esquirla que llevaba dentro, provocaba en mí por decirlo así, alucinaciones, pero era un sueño, o al menos eso pensé. Porque a veces la realidad se confunde con lo irreal, y por la cabeza pasan imágenes variopintas; surrealistas, imágenes juguetonas, o las peores pesadillas. La mente es maravillosa, verdad?.

El maldito oso hizo que corriera como una desalmada a la choza, hizo que mi corazón palpitara de tal modo que salía de mi pecho; de modo que siquiera advertí aquel duro trozo de astilla que ya llevaba en el muslo, cuando caí por aquel terraplén, el terreno venció y yo con el. Terminé arrodillada en  la acequia , con el barro hasta el cuello, porque llovía incesante, llovía latigazos de granizo, eso también provocó que mis nalgas se amorataran, me había quedado en purito arapo. A los vaqueros se le fueron los bolsillos traseros y con ellos, la tela, y debajo, mis nalgas desprotegidas. Castigadas por el azote de los granizos, que más bien parecían pelotas, en vez de granizos. Pues bien esos acontecimientos hicieron que entrara en la choza y me tumbara en el chamizo, y quedara inmóvil, y temblorosa, y con un susto en el cuerpo pensando que podría haber sido destripada por el oso, aquel oso pardo, peludo, inmenso: tenía hambre claro que la tenía, pero no iba a dejar que yo fuera su cena, de ninguna manera. De modo que el cansancio me había vencido, y siquiera tuve la precaución de intentar arrancármela, hubiera podido hacerlo, pero me dejé. 
Sentada en el chamizo observé que solo una pequeña punta asomaba, y tenía la pierna hinchada, y roja, y caliente; debió ser la fiebre, poca , pero fiebre. Me asusté un poco entonces. Como pude fui a un lado de la choza, donde tenía la mochila: unas galletas y una botella de agua era lo que llevaba, y desesperada bebí unos tragos; el resto del agua chorreó por el muslo, poco había servido, porque solo pude quitar algo de arenilla fina..

Pero pude sobrevivir, tuve la suerte inmensa de que un grupo de rescate pasara por aquel lugar, por casualidad, pero allí estaban. Como si en verdad supieran de mí, como si en verdad se hubieran apiadado de una mujer golpeada cruelmente por los chuzos de punta del granizo, unos chuzos, que dejaron unas nalgas doloridas, y una esquirla malvada, que solo pudieron sacarla de mi cuerpo en el puesto de socorro más cercano..










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