Lo
que en realidad reflejaba el espejo era la esquina del ropero: una
huella marrón al descubierto.
Pero,
después de haberse percatado de ello, puesto que el ángulo desde
donde se hallaba facilitó en gran modo el descubrimiento, aseguraría
que los espejos eran grandes confidentes, reveladores de historias,
acontecimientos que suceden a diario y que por alguna razón
inexplicable, aún en su mayestática presencia proferirían en gran
medida lo locuaz, o lo invisible a los ojos.
Habría
decidido salir para tomar un café, aún con la inclemencia del
tiempo por un viento alocado jugando con las hojas ocres que
alfombraban el camino. El pañuelo voló apresurado buscando una
rama, el pelo castaño en ondas se hizo un racimo de uvas, lo
memorable no es la inclemencia del tiempo, se dijo, como cuando Román
llegaba de cualquier lugar y se presentaba ante ella: un vaivén de
cintas en las huertas repletas de ajos y cebollas, papas, y millo,
realmente era eso Román.
Un
estruendo surca el cielo, halo de humo desprende ese avión, dijo, un
gesto poco agradable en las bocas de los jóvenes. Tápate los oídos
dijo; cúbrete con la bufanda la cabeza, huye, corre por las veredas,
siquiera mires atrás en este momento aciago y perturbador. Ahora el
miedo abraza mi cuerpo y él sonríe, es un espejismo en los sueños
de los niños cuando nos hacemos mayores, pero huye no te detengas,
que el mirlo siquiera sepa que llegas, ni los estorninos ahora
danzando al compás del viento.
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