- No era una envoltura de papel de rafia. Algo que no sabría a ciencia cierta lo que podría ser. Allí estaba: volátil, etérea.
- Desde las profundas aguas heladas había surgido.
- Tuvo miedo, un miedo espantoso como si de una pesadilla se tratase. El caso es que no podía dejar de mirarla. Esa noche hasta el faro se había quedado sin luz. La Luna había huido, sólo eso: miedo y oscuridad.
- Un llanto se escuchó, era el de una criatura recién nacida.
- De modo que eso determinó que no se fuera.
- Quiso ver dónde se hallaba y buscó entre la maleza. Nada vio, pero no renunciaría a ello porque el llanto se hacía cada vez más angustioso.
Y aquella figura allí levitando y mirándola.
Se hizo daño en un brazo al cruzar entre las ramas, la sangre cayo a torrentes hasta la rodilla, pero no se detuvo y siguió desesperadamente ante el constante llanto; aquel ser junto a ella. Como si aleteara. Sin decir nada. Sus labios desdibujados, sólo una lágrima resbaló.
Después de mucho rato y con el brazo sangrando pudo ver a la criatura.
El ser que la acompañaba se hizo luz, una brillante luz igual que miles de farolillos.
Tomó en sus brazos a la criatura y regresó a su casa, no sin poder soportar el dolor del brazo que ya era púrpura.
Eran las cinco de la madrugada cuando por fin pudo entrar en la casa. No había visto a la criatura y le quitó una manta en la que estaba envuelto.
Quiso alimentarlo con sus pechos. Había parido recientemente.
Pero pudo ver cómo bebía de su sangre, bebía y bebía hasta vaciar sus venas.
Ahora él reía y reía al verla moribunda, sin aliento.
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