Fue en la casa que daba al barranco, dijo Eulalia.
Si, así es: respondió la señora que se había quedado al cuidado de todo mientras Irina estaba de viaje.
En realidad ninguna de las dos señoras sabría el qué fue, qué había sucedido. Con tal de entablar conversación añadieron sucesos que no se habían demostrado, y más aún, que ambas no tenían idea alguna de ello.
¿Y la cruz?, dijo Eulalia.
Mientras tomaban té hablaron de esto y aquello.
Creo que la tiene Irina, dijo la señora ama de llaves.
Un vagar de pensamientos recorrió toda la estancia hasta el porche donde las mujeres parloteaban.
Irina escuchó todo. No había viajado.
En la buhardilla vivió por largo tiempo.
Sonrió al escucharlas.
Metódica, disciplinada. A Irina la habían criado para eso: complaciente y buena mujer.
Allí escribió poemas, incontables poemas.
Una vez que las señoras se fueron cada una a sus hogares, respiro aliviada: una insulsa verborrea, pensó.
"Mayestática, desvaneciendo el día,
permanece la luna."
"Son susurros que acunan
son las caricias que,
como melaza besan tu piel".
"La cruz encantada
mi señor sois vos".
"Crucificadme,
os lo ruego".
PD. GUS.