Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

martes, 30 de junio de 2015

En ese otro lado, las Calendas



Una casa se hallaba enfrente de la otra, y las separaba la autovía, que por aquellos años estaba recién asfaltada; antes de todo eso era un camino largo que terminaba en la Laguna, o en sentido contrario, en Santa Cruz, las casas de las hermanas se habían construido de  modo, que  parecieran estar unidas bajo la tierra, con las raíces cruzadas, bien conectadas.
La pileta de piedra viva detrás de ambas casas engullía una y otra vez un osario de ropa blanca de las camas, y los vestidos y pantalones, y trapos sucios  de los que se empleaban para los menesteres diarios; en los inviernos  se habría aterido de frío cualquiera que llevara la cesta a la pileta, porque el agua salía del grifo  bien fría, venía del  barranco de Badajoz, al que se le atribuían  historias y leyendas, que para bien, o para mal, aquella persona que hubiese visitado esos Lares casi siempre tendría algo que contar, que si la niña que mira a los ojos, que si el fantasma del general Perlasca y algún que otro personaje mítico…,

Los sabañones se curan al calor de la lumbre, decía una de las hermanas, concretamente, la pequeña,  cuando se reunían para el café a eso de las cuatro de la tarde, vivía con un hermano de ambas y una sobrina; nunca tuvo hijos, y eso, en aquella época, era casi lo peor que a una mujer le podía suceder, no ser madre era como estar vacía por dentro, sin vida; sin embargo la aceptación de ello sobreviene con el paso de los años, quizás de ahí su afán de dirigir las vidas de los demás, como si en verdad fuera su responsabilidad de que las cosas tomaran su curso, de que esto o aquello fuera lo más acertado; pero el caso es que los sabañones seguían en el mismo sitio durante todo el invierno, porque nada habría que hacer una vez esos pequeños diablillos con dolorosas punzadas se hubieran asentado en los prominentes nudillos acrecentados por la labor de la colada, por lo tanto la hermana mayor, la que había tenido hijos, agradecía muy mucho los consejos, pero por mucho que ésta tuviese las manos cerca del calor, ni uno solo de los diablillos habrían de desaparecer, más, cuando, al amanecer y una vez la olla puesta, tendría que volver a la pileta por unas horas.
Asimismo, había cuadras para los animales en las dos casas, y algo de terreno para su cultivo. Las hermanas se habían  afincado en esas tierras en los años de juventud y una vez se hubieren esposado.
 La calima  envolvía igual que un velo toda la isla por la estación del verano, sobre todo,  por el mes de agosto, cuando la tierra del desierto llovía inclemente sobre toda la isla; los bueyes horadaban el terreno que abarcaba en bastante amplitud hasta llegar a la zona donde se delimitaban  unos, y otros, se podía mirar y perderse la vista buscando el final, y el muro de piedras, como linde…,
Una vez el terreno  preparado, se cruzaba el camino hacia la otra casa para acometer el mismo trabajo, pues las hermanas no podían permitirse tener más de un buey. A pesar de todo la vida no les fue tan mal, la isla era lo único que conocerían a lo largo de su existencia, y los barrancos, y las tuneras repletas de higos almibarados. Lo único que siempre discutieron las hermanas era el sentido en que debían relacionar las casas según se quisiera ir a un lado u otro.

Mi casa va en sentido contrario al de la Laguna, decía la pequeña, la mía pues, en sentido contrario al de Santa Cruz, replicaba la mayor, esas fueron todas sus desavenencias, porque por lo demás sobrevivieron a la guerra, al hambre, y a las enfermedades un tanto atípicas. La perspectiva entre casas era muy bonita, porque para mi gusto eran dos guerreros altivos, y valientes, preparados para lo que fuera. El color ocre de la tierra, las vivencias de cada una; el ulular de los alisios, daba a aquel paisaje una belleza especial. La tierra viva, los lagartos sobre las rocas negras de lava, todo en su majestuosidad, sin duda alguna una tierra de calendas.

12 comentarios:

  1. Relato con nostalgia de la tierra.
    Un abrazo.

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  2. Dos hermanas inmortales.
    Dos diosas inmunes a las desgracias.

    Besos.

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  3. Como siempre, preciosidad de texto. Nostalgia pasajera y emocionada.
    Besos siempre.

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  4. Me alegro mucho que te guste, Gustavo.

    Besos siempre..

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  5. Qué gran manera de retratar dos vidas unidas por la calidez. Felicidades.

    Abrazos.

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  6. No sé si lo he comentado alguna vez, pero tienes un don especial para recrear atmósferas.
    Abrazos, siempre

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  7. Un bello halago de tu parte, Amando. Muchas gracias

    Abrazos, siempre

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  8. Hermosa forma de relatar vidas...
    Me ha gustado mucho el paisaje de nostalgias que deja...
    Salud!

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  9. Me alegra mucho que te haya gustado.

    Salud y un abrazo.

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