domingo, 28 de septiembre de 2014

De cuando el alma se consume


   

Debió pensar que era una inmensa bola de fuego la que había acabado con todas sus esperanzas e ilusiones. Eso era lo que habría pensado, porque no hubo de poner resistencia alguna, cuando en algún momento en su pensamiento surgiría la idea de retroceder, de huir a cualquier parte, todo con tal de no sucumbir, de quedarse ahí junto al acantilado. Seguramente habrían quedado volutas de humo por todos los rincones de la casa, incluso los geranios llevaban una capa gris en cada una de sus cabezas, si;  los sollozos de ella por mucho que éstos hubieran provocado un río de lágrimas, no limpiarían el parterre ahora fenecido…,

La crueldad del fuego acaparó todo; los lienzos en la pared desaparecieron y con ellos, toda la historia de aquellos tiempos atrás. De modo que el piano de cola desapareció bajo las cenizas y los rescoldos que hubieren quedado pareciesen gritos desgarradores de una cruenta batalla. Ella debió sentir ese torrente de ardiente lava, debió pensar que la atrocidad de esa bola de fuego había sepultado la casa de Sináu. De modo que ese pensamiento sólo era real en su cabeza, pero no opuso resistencia alguna. Mientras, la casa cubierta de culandrillo en la fachada y llena de hermosos geranios, era aún más bella si cabe.

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