viernes, 10 de mayo de 2013

Instinto



La ponzoña te hizo enloquecer. Un aterrador grito  salió fuera. Tu  cuerpo aún conservaba los últimos latidos; bebí el  torrente púrpura en un agitar de piernas que querían huir, esa lucha te unía cada vez más a mí helando el recorrido de tus venas que perdían la tibieza.
Átame, me pedías; lo supe por ese instinto que tengo. Tus pensamientos se quedaron en los míos, se acoplaron y la última lágrima tuya cayó en mi pecho agitado por el deseo y desenfreno.
Ese olor que desprendías llegó de lejos mientras anochecía, llegó y se coló dentro en el frío abismo de la oscuridad que había invadido lo que antes fue  una mortal existencia.
Un hilo de vida se resistía, un último palpitar. Aferrada a tu cuello, ocultando mi rostro demoníaco desgarraba la piel devorando la maraña de redes  donde antes fluía la vida.
Mi enfermedad fue tuya  mis siglos se sucedieron con los tuyos. Lo avieso habitó. La voracidad incontrolada condenó lo infecto.





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