Aplausos


Nada más alentador que un aplauso. Pero cuando se repiten por compromiso la vanidad de aquell@s que los reciben se convierte en un monstruo devastador.


María Gladys Estévez.

viernes, 5 de agosto de 2022

La ira

 



Lame el mar con las olas la orilla de diminutas piedras negras. Más atrás, las casitas de los pescadores blancas, con luces en la fachada.

En la calle real huele a pescado frito, huele a turrón, huele a mazorca; los ventanucos cerrados, algunos con tachuelas como adorno. Brillan las tiendas adornadas: campanillas, luceros. Toda clase de accesorios para la navidad. También huele a incienso, es de aquella iglesia al final de la calle, como si presidiera una mesa bien adornada, con manteles rojos y blancos, con lazos en las esquinas. Allí permanecen los limpios de corazón, los que se dan golpes en el pecho y las putas, y los labriegos. A veces, alguien se arrastra por los adoquines hasta llegar al altar con la boca cosida, con las manos pegadas, con el arrepentimiento en la frente para que Dios lo vea. El sacerdote reparte obleas para la paz del alma, para quitar pecados. ..

La señora cruza la calle olorosa, lleva puesto un sayo de seda, los pasos elegantes, los mitones negros. las gaviotas sobrevuelan, danzan como las bailarinas, ahora hacia un lado, ahora son un remolino, otean, por si alguna migaja de pescado frito se hubiera escapado de las bocas de los transeúntes.

Ahora golpea fuerte la ola, aquella que lleva en su pico un sombrero de espuma plateada, y llega agotada a la orilla, como cuando retozan los amantes, luego: el sueño, el silencio, el placer...




Cruzan dos nubes, son cúmulos, son enormes bocas negras, replican campanas

Acecha la noche, llueve. Ahora un rápido giro de las gaviotas deja atrás la estela de plumas, se van al mar, huyen...

Cruzan todos la calle, los cirios de la iglesia centellean, crepitan, como las hojas descaradas contra una vidriera. Los dientes del lobo es la noche, que culmina oscureciendo hasta los rincones. Azota, azota la tormenta. Los rayos quiebran los troncos de los árboles. Salpican lágrimas de agua en las baldosas,

corre un río de ellas calle abajo, la capa negra cubre los tejados, cubre la torre de la iglesia. Ahora un mar bravío enloquece, aúlla como las fieras, amenaza con hacer encallar ese barco, que rezagado pretende llegar a la orilla.

Y es la bravuconearía de la vida, a veces…











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