viernes, 12 de agosto de 2022

El encuentro

 




Las gotas de sangre acabaron en el vestido. El alfiler se había clavado en la mano profundamente , tanto, que quedó en la superficie la perla irisada.


Dorotea perdió el color de la cara. Perdió el sentido, casi. El tren devoraba árboles, campiñas enteras, y ella apenas si podía levantarse del asiento y caminar por el pasillo para ir al servicio.


El vestido manchado y el rostro sin color. Se abstrajo por unos minutos aguantando aquella tortura de los demonios porque enfrente se hallaba él, lo primero que le había llamado la atención fue su boca, carnosa. Luego recorrió su torso y terminó donde los dioses degustan uvas dulces y llenas de licor.


Renunció estoicamente la decisión de ir al servicio para aliviar el espantoso dolor, porque el alfiler seguía ahí, torturando, anclado a su piel y profundamente hendido.



No lo pensó y ella misma lo arrancó de un tirón, luego la sangre se encaprichó en dibujar en sus muslos: parecía un tatuaje.


Se quedó sentada y abrió las piernas soportando la agonía, pero insistiendo para llamar la atención de él. Y lo consiguió, porque ahora ya no sentía pena alguna, siquiera se acordaba del maldito alfiler. Aquella boca carnosa besó el rio púrpura y la lengua sin riendas se había ido justo al centro y no paró hasta la próxima estación.


Se despidieron. Él, en el andén, ella, sentada, con la perversa sonrisa...





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